El ADN de la CTA
Por Mario Wainfeld
Oscar Parrilli llamó al secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), Hugo Yasky, la noche del miércoles. Lo invitó a un acto a realizarse al día siguiente en la Casa Rosada, con un anuncio importante. Yasky inquirió de qué se trataba, el secretario general de la Presidencia rehusó dar precisiones, adujo no saberlo él mismo. Yasky le hizo saber que no asistiría a convalidar una medida que no conocía. Se trataba de la asignación universal por hijo, ahora se sabe.
Por preservar la sorpresa y la acción no concertada, que le placen demasiado el oficialismo, restó presencia a la central alternativa. El discurso de la Presidenta omitió mención y reconocimiento a los padres de la criatura. Su compromiso viene de allá lejos y hace tiempo, desde principios de este siglo, cuando la movilización del Frente Nacional contra la Pobreza y el reclamo de una consulta popular. Dirigentes políticos se sumaron a la movida, entre ellos Elisa Carrió que, en aquel remoto entonces, gustaba describirse como “gorda, periférica y provinciana” y tenía entornos y aliados muy diferentes de los actuales.
También la Iglesia Católica mocionó el ingreso ciudadano, como otros dirigentes, incluido el ex presidente Eduardo Duhalde. Hace poquito se sumaron, con propuestas bastante estrambóticas, las gentes bien de Unión-PRO y Felipe Solá, quien, tras seis años de gobernar absteniéndose de políticas universales, descubrió su encanto.
Pero el núcleo central de la defensa de los nuevos cabecitas negras fue la CTA. Porque bancó siempre la asignación, porque se propuso como representante de los trabajadores con empleo tanto como los desocupados y los movimientos sociales. La CGT, rígida en su institucionalidad y en sus reflejos ante la cambiante realidad, descuidó a ese sector de la clase trabajadora.
También la CTA fue firme en la defensa de los referentes surgidos del nuevo estrato social. Su reivindicación de Milagro Sala, estigmatizada por todo el centroderecha que se llena la boca con la pobreza pero no se involucra con sus emergentes, fue un eslabón reciente de una larga cadena.
Por todo eso, Yasky bromeaba con sus compañeros, mirando a la pléyade de funcionarios y legisladores que despotricaron contra la política social universal y el jueves aplaudían a rabiar: “Lástima que no se puede sacarle el ADN a la asignación”.
La democracia es así, hay virajes de posición, cambios de rumbo. Las mayorías se construyen con pioneros, convencidos, militantes, oportunistas, conversos y gentes que cambian de parecer, con buena fe.
Pero el ADN es innegable y el oficialismo, avaro (aun para sus intereses) a la hora de compartir capital simbólico, quedó en deuda al no hacerle honor. No es su única deuda impaga de reconocimiento con la CTA. Debería saldarla si aspira ser coherente con su agenda progresista y a recuperar el favor de dirigentes y ciudadanos de centroizquierda o progresistas.
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